Sembrando frustración
Por: Javier Diez Canseco
Hace casi once meses, Ollanta Humala, presidente electo, convocó a los congresistas elegidos de Gana Perú a una cena de celebración de la victoria. Entonces –antes de formar su primer gabinete y cuando esperábamos definiciones para consolidar las fuerzas que habían conquistado la victoria del cambio y derrotado la pretensión de reinstalar la corrupción autoritaria fujimorista– nos topamos con una sorpresa. Humala anunció que el Partido Nacionalista iría solo a las elecciones del 2014 y del 2016. Es decir, disolvía la alianza política electoral y de gobierno que abrió paso a la victoria y decidía, supuestamente, jugar sólo el delicado partido que tenía al frente.
Desde ese momento, concientes de que la unidad es un factor central en la desigual batalla por lograr un Perú más justo e incluyente para todos, decidimos dar la lucha por mantener la alianza política Gana Perú y, en especial, por cumplir con los compromisos asumidos con el país en el Programa por la Gran Transformación y la Hoja de Ruta. El proceso político al interior de un “gobierno en disputa” no fue fácil. Los poderes fácticos –económicos, mediáticos y militares– evidenciaron una gran capacidad de presión y comenzaron a abrirse espacios en el gobierno al día siguiente de la segunda vuelta. Los promotores de mantener la política económica neoliberal en piloto automático se ubicaron en algunos puestos claves y, dando pequeñas concesiones, tomaron iniciativas en propuestas políticas. Las fuerzas progresistas no mostraron la articulación necesaria y hasta quedaron envueltas en el juego político de las alturas, semi-paralizadas con la victoria, sin levantar las banderas del cambio ni promover la acción y articulación de los movimientos sociales en defensa de las banderas del cambio.
El impulso a programas de asistencia social a la pobreza sustituyó las políticas de cambio y desarrollo con fortalecimiento del mercado nacional y la generación de empleo decente, cuando debían acompañarlas y darles oxígeno. La implementación de los programas sociales se fue recortando a proyectos piloto. La fuerza inicial que proporciona toda victoria se fue perdiendo, mientras las demandas sociales acumuladas y los conflictos comenzaron a hacerse sentir. Entonces cobraron fuerza las reacciones autoritarias en figuras como Valdés, azuzadas por las exigencias de mano dura desde la derecha. Se instaló esta concepción en el Premierato, combinada con improvisación, falta de prevención y ausencia de respeto y apertura a los movimientos sociales.
El resultado, a 10 meses de gobierno: 12 muertos en conflictos sociales, decenas de heridos (civiles y policías), varias zonas en estado de emergencia o por estarlo (con recorte de derechos democráticos) y gobiernos municipales o regionales hostigados o simplemente intervenidos ilegalmente por el Ejecutivo que abre y cierra el caño presupuestal a su antojo mientras se judicializa y detiene a quienes demandan soluciones y no reciben respuesta. También es terreno fértil para el violentismo.
¿Se requieren 2 muertos en Espinar, decenas de heridos, confrontaciones, desmanes y daños, y la renuncia de cerca de 10% de la bancada oficialista en el Congreso, para que el gobierno anuncie un plan integral sobre el tema del agua y las exigencias medio ambientales frente a la contaminación? El Presidente no parece medir el precio de su sujeción al poder minero y la implicancia de irse enajenando su principal base social: el macro sur y el mundo rural. Parece creer que el fujimorismo, el Apra o los ppkausas mantendrán el tabladillo en pie. Grave error, como la detención ilegal del alcalde de Espinar o perseguir al Presidente de Cajamarca, mas allá de descentradas aseveraciones políticas que el propio Humala usó mucho en su momento. Lo que debe primar es el diálogo y la negociación, como se comprometió.
Es una tarea central articular a las fuerzas que están por el cambio frente a la frustración y malestar social creciente que entiende que es el propio Presidente el que se ha transformado e incumple sus compromisos. La crisis en el Congreso es apenas un elemento más de esa crisis que revela que hay quienes se pueden alejar del poder cuando sienten, como muchos, que se mal maneja.